Polvo

Todos colaborábamos con sorprendente complacencia teniendo en cuenta que nadie quería estar allí.

Las flores, tambaleantes, perdieron los significados que yo conocía, su belleza y amabilidad. Dejaron de ser ornamento para ser solamente pesadas. Yo no podía soportar el peso de aquel aire fúnebre. El peso del vaso que se colma. De la luz que se apaga. De saber que la vida, casi todos los días sigue, pero, de vez en cuando; para algunos, se acaba.

Casi como por supervivencia, mi cerebro comenzó a escribir, a reportar mentalmente todo lo que pasaba. Escribir es como las costillas flotantes. Muchas veces no te das cuenta de que lo llevas dentro y piensas que no sirve para nada, hasta que luego un día las circunstancias te dan un golpe y te salva la vida.

Recuerdo sentir que el sol hacía que las lágrimas ardiesen en la cara, prendiendo con un fuego húmedo y deslizante las mejillas.

Lo cuento de manera documental porque intentaba, al unísono; por un lado: imaginar que yo no estaba allí, que era algo que me habían contado. Una historia de estas que te impactan durante unos cortos segundos tomando un café, pero que cuando llegas a casa ya no recuerdas. De las que te sorprendes tiempo después cuando la oyes de nuevo, y te das cuenta por primera vez y sin ninguna condolencia de que la habías olvidado. Y al mismo tiempo, por otro lado, quería fotografiar todo con palabras. Quería que el momento durase más, para poder inmortalizarlo. Para preservar con claridad aquellos cortos instantes a los que tenía la certeza de que mi mente volvería durante mucho tiempo, una y otra vez, hasta que se volviesen farragosos, inexactos e inofensivos, como todos aquellos dolores que se van disipando lejanos en la anestesia de la memoria.

Yo solo retorcía los dedos manchados de polvo por la corona floral. Una y otra vez, notaba con la llema de los dedos la arenisca. Solo podía pensar en eso. En el polvo. En ese momento, todo la situación, la vida, se reducían en esa palabra. Polvo.


Pensé que si los pajaros seguían cantando, seguía habiendo esperanza en el mundo, y que si yo los seguía oyendo, todavía había un poco de esa esperanza guardada para mi.


Gracias por quererme fuera de los marcos de las palabras y los límites de los gestos. Tu amor no se podía acotar con nada, y se debía a la existencia de un gran corazón con infinita capacidad para amar.

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