Anhedonia

La anhedonia es bajar las escaleras sin sentir los peldaños debajo de los pies. Que te de igual estar subiendo o bajando. Cruzar un camino aparentemente conocido, que ha cambiado porque ha perdido el rumbo.

Es escuchar tu canción favorita sin querer cantarla. No masturbarse en semanas. Fumar los cigarrillos a medias. Ducharse a toda prisa. Dejar una serie en la penúltima temporada. Perder las llaves de tu casa con total indiferencia, porque te suponen lo mismo que una octavilla publicitaria que te dan a la salida del bus, y arrugas y arrojas sin darte cuenta.

Mirarte al espejo y encontrar una mirada tiesa, un cuerpo igual de inerte que todos los objetos que te rodean. Olvidar los latidos y poner el corazón en latencia. Olvidar cómo se siente un beso.

Tener pánico al mañana, por si se parece al hoy, y al ayer, y a todos esos días previos que sentiste insignificantes, desdibujados, apelmazados como una cinta de fiso de la que no puedes encontrar el comienzo, y al hacerlo, se despliega una masa uniforme y transparente de monotonía y de nada.

Las puertas del eden se cierran porque serías incapaz de encontrar el fruto prohibido y empiezas a pensar que si el resto de tu vida va a ser así, no vale más que el entreacto, los anuncios de detergente o el tiempo muerto de un partido.

Con el tiempo, entre vacíos, comienzas a encontrar cosas. Placeres pequeños. Un día ojeas por casualidad una autora que no conocías. Te descargas un ebook. Lees tres o cuatro páginas, una noche, dos…la tercera te quedas hasta las tantas para deborar todas sus hojas frase por frase, y el hambre de leer, de vivir, te devuelve al mundo. Vuelves a acariciarte el vientre. A llorar con alguna película. A sonreírle a un desconocido. Vuelves a sentirte parte de la vida, parte de lo que fuiste, no entero, pero sí tuyo. Y la familiaridad de la identidad se siente como un abrazo por dentro.

Deja un comentario