Rutina nocturna de un escritor

La noche trae a mi memoria
recuerdos que se rompen
como el papel mojado.

Llaman a mi puerta
historias medio desnudas
de un tal yo que no recuerdo haber conocido,
pidiéndome cobijo
porque hace frío en el ayer.

Entran sin que acierte a darles permiso
y dejan caer el tanga al suelo
mientras miran diciendo que las abrace,
que se están escarchando con tanto frío,
que ya no las caliento como antes
entre las sábanas
cuando me voy a dormir.

Y yo les digo
que ese yo no soy yo
que se están confundiendo,
pero no puedo evitar sentir
que ese andar lo conozco,
que el olor es familiar
y que desearía enredar la mano
en su cintura mojada.

Me piden que les de un beso
y saque el licor,
que ponga en la radio una canción
que hace años que ya no escucho,
que me baje el pantalón
mientras se relamen de rodillas
debajo de la mesa.

Mis manos estan heladas en esta noche
que se vuelve mil noches.
Sí que hace frío en el pasado, si,
pienso mientras me dejo caer
en mil camas de entonces.

Es entonces cuando me doy cuenta.
Me he dejado seducir
por los mismos fantasmas de siempre,
por unos cuantos riegos de tinta
que se escapan por la libreta.

Así que me acabo el vaso
sin brindar con nadie
secándome las lágrimas
que han caído en los papeles escritos.

Me levanto de la mesa sin mirar atrás
pensando en que he vuelto a olvidar
quien era yo.

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